jueves, 12 de mayo de 2016

Un hombre debajo de una capa de bombachas

Etelvino (el albino) Soto se acomodó la bombacha o mejor expresión sería decir lo que quedaba de ella, la parte del elástico de la cintura, los bolsillos traseros agujereados más que nada por la costumbre de llevar clavos oxidados encontrados por ahí, los bolsillos delanteros casi no existían, los jirones llegaban cerca de las rodillas que se veían descubiertas y se unían con otros jirones y flecos que cubrían sólo parcialmente la velluda musculatura de sus arqueadas piernas.

Etelvino el albino no dado al vino pero sí a la ginebra, al que le decían “chúcaro”, vivía conchabado en un rancho, bajo un olmo siberiano y a orillas de un riacho en la esteparia línea sur rionegrina cerca de Bajo del Gualicho. Cuatro perros galgos bien flacos y uno gordo lo acompañaban en sus tareas campesinas de sol a sol.

El campo donde él vivía tenía otros peones pero no vivían todos en el mismo sitio no tanto por razones estratégicas para cuidar el extenso territorio, sino porque preferían ellos vivir apartados del chúcaro.

Parece ser que la razón fundamental tenía más bien que ver con normas de higiene y pulcritud a las que Etelvino no se mostraba como entusiasta, adherente o asociado.

Su fama la tenía bien merecida, cada vez que quería comprar una bombacha de campo sea ésta del color que fuere, de la marca disponible y de un talle superior a la última comprada, se dirigía a la yegua de su hermana, (él no tenía yegua pero sí caballo), la montaba y enfilaba pal negocio de Ramos Generales de don Jacinto Chucair Ventoso donde se podía comprar desde un pedazo de mortadela hasta una salamandra, pasando por lámparas a kerosene, palas, cuchillos, sogas, yerba, fideos, ginebra, fluido spineda, pelelas y arroz entre otros menesteres.

Allí se dirigía a la tienda, y una vez arrimado al mostrador de madera de pino lustrada, todos los demás clientes se alejaban y dejaban un radio de aproximadamente 6 metros a la redonda, como una zona de exclusión, ya que el chúcaro era adicto al ajo crudo y su porosidad odorífera lo delataba por donde fuera.
Etelvino el albino en la yegua de su hermana captado en el preciso momento en que se dirigía a comprar su bombacha anual. (Gentileza: Google).

El único que se animaba a atenderlo era Pepe Cortisona, un señor bien cuadrado, de cara cuadrada, hombros cuadrados, pensamiento similar. En su cara afilada resaltaba un par de anteojos con un grueso marco negro y la birome apoyada en la oreja.


Etelvino el albino compraba una bombacha, regresaba al campo y se la colocaba encima de la que tenía puesta, y así hacía una o dos veces al año, nunca se sacó la bombacha o la capa de bombachas ni para bañarse porque bañarse se bañaba cuando no hacía frío en el riacho que cruzaba a la vera de su rancho ubicado a la sombra de un olmo siberiano, en la esteparia línea sur rionegrina, cerca de Bajo del Gualicho.

Y frío hacía durante gran parte del año.

                                                                                                      Wilson El Aceitoso

N de la R: Los relatos de nuestra autoría son legibles, entendibles, originarios, auténticos, in-éditos, sin copyrigh y cualquier semejanza con la realidad es porque gran parte de ellos tienen origen en hechos reales pero no de la realeza. No busque el lector aquí intelectualidad, ni delicadeza literaria. Si le gustó difunda amigo, esperamos sus opiniones.