jueves, 16 de febrero de 2017

HISTORIAS DE LA BAHIA DE GUAN MATAMO

(A LA VUELTA DE ASCOCHINGA, ENFRENTE DE VILLA LOS TOTOS Y LAS TOTORAS)

Iba Guadalupe Agüero la aguatera llevando agua en su canoa para los vecinos ribereños. Se encontró en una curva del río Bobonara, con José Carpintero el carpintero del barrio amigo de la hija de Guadalupe; Acuosa Bermeja la que no se sabía si era rubia arrepentida de haberse arrepentido de ser morocha y si había nacido así o se hacía no más…era hija de don Inostroso Meorino Lavados, alias “el mojado” y sobrina en segundas nupcias de Juan de la Costa y de María Laotra.

José era amigo de Acuosa y a la vez jugaba frecuentemente a las cartas con Ramón Cartero Rabón, lógicamente el cartero del barrio, empleado del Correo Oficial. Y Cartero Rabón era amante de la Lucy que venía a ser prima de Guadalupe que a la vez era hija de Sinfrenos Quintín y doña Luciferiana Arrobada que vivir con ella era un verdadero infierno fíjese.

Lucy hija de la otra Luci, tenía un hijo del corazón… -era adoptado? No, le decía del corazón porque cuando lo tuvo casi se le paraliza el corazón en parte de alegría, en parte por los triglicéridos, mire. Ese hijo tenía siete años de vida cuando le puso Anacleto. No tenía apellido porque en la oscuridá difícil fue ver quién lo progeniaba y en el pueblo ribereño no había corriente eléctrica aunque vivían a diez kilómetros de la represa de El Tome-Bamba.

Don Juan de la Costa había tenido un primer matrimonio con María Launa del que felizmente no tuvieron hijos porque duró poco, Don Juan se enamoró perdidamente de María Laotra… –estaba muy enamorado?- no!; digo no sé, digo perdidamente porque justo un día que andaba perdido en los senderos de los matorrales fue María Laotra la que lo orientó para volver pa las casas y ahí quedaron enamorados los dos, dijeron ellos, ellos dijeron eso siempre y nadie se animó a desmentirlos, con lo que el término “desmentir” ya da por sentado que había una mentira primigenia.

Guadalupe Agüero juntaba agua en el río, la ponía en unos tachos de 200 litros, le metía lavandina y después colocándola en bidones la vendía recorriendo el río en un desvencijado y ruidoso bote, y vendiéndola como agua potable a los sufridos pobladores.

Cuando llovía que llover llovía con granizo y todo, Guadalupe no vendía nada porque los vecinos, avivados, juntaban el agua de lluvia y además juntaban los cubitos para ponerlos en conservadora y tener un poco de refresco para el tereré, fíjese y vea.

Guadalupe era pentamatrimonial…, -tenía cinco maridos- no amigo; había tenido cinco matrimonios y era viuda del primero al último. Se había casado primero con Bongo, cuando las fotos eran en blanco y negro. –Ah, conservan fotos en un álbum seguramente… No, yo no dije que se hayan sacado fotos, y si se sacaron cuando se casaron, esas fotos no prosperaron.

Pasó que  no tuvieron hijos, y Bongo un día se ahogó. –Oh, se suicidó, pobre hombre!- No, no se suicidó ni lo suicidaron, la razón de la muerte puso el doctor: “Murió porque fue a nadar después de comer sandía. Punto.”    

Al otro día no más, se casó con Bono que en cierta ocasión se atragantó con ajo, ya que ajo y pan era lo único que había para comer,  y murió de un paro cardíaco.

Al mes, -Guadalpue- se casó en terceras náuseas –nupcias querrá decir- Y yo que dije? -Ud. dijo “náuseas”. Bueno, “nupcias”, en terceras nupcias con Borongo con el que tuvo a Acuosa Bermeja y después de un año de felicidad de estas terceras náuseas, Borongo se fue a dormir la siesta debajo de un sauce llorón, y hasta ahora no se despertó. Mire usted.

Fue luego de este acontecimiento, que dijo “esta vez me va a ir bien” y se casó con Bonmono saliendo de testigo su hermano Baja Mono y su vecina Tan Ke Sher Man (la vietnamita) hija adoptada de Teo Torgo Unsorbo Man, que estaba unida de hecho y no a derecho, con Armando Bulla el poceador.

El matrimonio duró nueve meses pero no pasó nada, y Bonmono le pidió el divorcio a Agüero, ésta se lo otorgó, para que pudiera ir al cuartel para cumplir con el servicio militar. – Fueron al Registro Civil…?

No qué Registro Civil ni Juez de Paz ni qué ocho cuartos, Bonmono se paró en la vereda de la casa, se puso las manos a manera de parlante y gritó: “Vieja, me das el divorcio?” Y de adentro volaron un par de zapatos, dos pantalones, algún calzoncillo, medias, una corbata, dos camisas y un pulover, una mochila de lona y un jabón de pato..

Esa fue la respuesta y Bonmono entendió, entendió el mensaje y rumbeó pala ruta de una.

-Jabón de pato! Sí, eran jabones caseros hechos con glicerina y algo de unos yuyos, después agarraban un patito, le sacaban las tripas, lo rellenaban con el jabón, lo cosían y ahí uno tenía un jabón, esponja, un juguete simpático para la ducha.

Antes de la separación ya estaban divididos, Baja Mono siempre le traía cocos que bajaba de las palmeras, de regalo se los traía a Guadalupe y se los daba en ausencia de Bonmono en cuerpo presente y en vivo.

Ausente el hombre por su oficio y por ser tal. Era fontanero.

Congraciábase con la viuda reincidente (Baja Mono), que según los vecinos adyacentes al rancho de la aguatera, la convocatoria al servicio militar a Borongo fue una salvación para éste, que sino, podría aparecer suicidado en cualquier recodo del río, decían ellos, malpensados, malhablados exhalando albahaca y menta entretanto proferían palabras masculladas y proyectaban miradas torvas.

Así que toda la comunidad lo veía como un nuevo hecho de viudez sin cuerpo del delito, sin incumbencia o injerencia de procedimiento formal alguno, sin fojas, sin foliado, sin sellado, ni archivado, mire y vea.

Y al cabo de unos cuantos años, algunos me dicen “más de una década”, vivían felices Guadalupe Agüero y Baja Mono, ella vendiendo agua y él trabajando como sepulturero.

Dice que un día antes de volver pal rancho, le dijo a su compañero el taiwanés Té Sepul Toyá-Chi con quien compartía el trabajo de hacer los pozos para los sepultados, mantener el jardín del cementerio, y otras yerbas, “voy a hacer otro pozo por las dudas”, Sepul no atinó a responder y con sus ojos rasgados que era casi como mirar por una rendija, lo miró y se quedó quieto viéndolo.

Lo miró yéndose en dirección a su rancho, coincidente el camino con la puesta de sol más pintoresca que Sepul pudo haber visto, caminaba, cabizbajo y solemne…

Al otro día, por la tarde, Sepul tapó con tierra colorada el pozo que Baja Mono había hecho –sin saberlo- para sí mismo.

Es por eso que siempre que uno hace un pozo debe reflexionar, no hacerlo por las dudas, sino hacerlo con un fin determinado, por ejemplo juntar aire de la atmósfera, juntar agua de lluvia, juntar mugre o no juntar nada por si alguien no quiere nada…

Inostroso “el mojado” era primo hermano de Sinfrenos Quintín, el que estrelló el carro tirado por burros contra un árbol de eucaliptos en la calle Bajada del Diablo una tarde que venía sin control de alcoholemia, pasado de decibeles, de grados y de todo lo que era medible volando los burros por los aires, y de ahí quedó nomenclado como se dice, Sinfrenos con su apellido Quintín.

Y tenía tres hermanos Desastroso, Pastoso y Gozoso el que parecía un mono tití, siempre mostrando los dientes no se sabía si se estaba riendo o tenía parásitos.

Desastroso rompía todo lo que le venía a la mano. Si estaba almorzando una vez que terminaba de comer, agarraba el sacacorchos y comenzaba a manipularlo nerviosamente, y vuelta para aquí y vuelta para allá, y dale que dale hasta que lo rompía.

Cuando Inostroso le prestó su moto para ir a buscar unos remedios a la Farmacia Payé, le chocó la moto contra una termitera y le rompió el manubrio, las luces, los adornos y las pegatinas, (calcos, calcomanías), todo un verdadero desastre.

Con Pastozo era muy difícil iniciar o mantener un diálogo y menos finalizarlo, porque tenía la boca pastoza y el hablar pastozo a la par que le gustaba comer pastas y “maencima” como diría mi vecino Edgardo el que se disfraza de leopardo, comía ruidosamente con la boca abierta de par en par.

Los tres se habían enamorado de Lola Chuneo la morocha que organizó un “lolazo” por los derechos de la mujer dijo ella, y las convocó a los gritos por los pasillos y senderos del barrio rojizo, para determinado día y hora al pie de la única palmera seca y sin copa que estaba en firme, en donde se juntaban los gurises para tomar cerveza o ver pasar las guainas…

A la hora señalada, ese día, Lola se sacó el corpiño y de entre los matorrales salieron eyectados Gozoso a las risas peladas, Desastrozo que tropezó con una rama seca y se dislocó el tobillo, y Pastozo que en el sorteo de cerebros quedó fuera.

La vieron con sus pezones al aire y se enamoraron a primera vista. Nunca hubo segunda vista, Lola avergonzada se puso la remera y salió corriendo para su rancho y de ahí para la Terminal que estaba como a treinta kilómetros y haciendo dedo, ni hablar que fue todo rápido y sacó pasaje para irse a la Punta del Cerro. Y ahí terminó la lucha de la mujer.

Corcho Sepúlveda que estaba mirando todo desde adentro de un tacho con agujeros, dijo “para qué quiere mostrar si no quiere que la vean, no entiendo un pomo.”

Otro que quería vender algo aunque sea, era Vente Veoelí Vendedor. Hacía con cartulina a la que le pegaba con engrudo fotos de paisajes juntados del basural, hacía dije, señaladores.

Le gustaba leer, así que leía la revista de publicidad del supermercado, las revistas que le tiraban, las frases en los boletos del colectivo, los carteles de la ruta, los grafitis, y probaba los señaladores y los ofrecía a un peso cada uno con entrega a domicilio y les decía a sus probables clientes que ya habían sido probados con éxito.

Cuando fracasaba en su venta que era casi siempre, una virtud patológica tenía, que era reiterativo el tipo y aparecía al rato con otro producto para vender.

Un día se le ocurrió vender payancas (o payanas) en bolsitas. Ponía cinco piedritas mas o menos similares, redondeadas, de las que había por todo el pueblo y las ofrecía a cinco pesos para la madre, para el padre, para los nenes, para que se entretengan sanamente y en familia haciendo la M o la W como sea, jugando a la payanca. La simple y la doble.

Golpeó en la casa de María Laotra y ésta le compró, compadeciéndose, un jueguito de payancas para jugar con don Juan de la Costa cuando volviera del trabajo.

El trabajo de don Juan de la Costa era no trabajar, salía a la mañana temprano con un morral, se colocaba el percudido yoqui (gorra) y enfilaba por la calle principal en dirección a la represa donde decía que trabajaba de capataz.

Todos se habían tragado eso de que trabajaba en la represa.

Pero nadie sabía que en el morral llevaba anzuelos, piola y lombrices y por allá se ponía a pescar mientras aumentaba su prominente abdomen enriquecido con muchas gaseosas, choripanes, panes, asados, y más panes. Los chicos cantaban: “Morral, morral, que don Juan capaz tá en el matorral…” y se divertían los chiquillos en patas por el barro colorado, corriendo y chillando, hasta que la Vieja Tonga aparecía con la escoba y si alcanzaba a darle a uno era pura coincidencia.

Hablando de lombrices, Vente Veoeli Vendedor te quería vender lombrices a toda costa, cuando cualquiera que agujereara el suelo las podría obtener gratuitamente.

Y Don Juan cobraba un plan.

Un pasatiempo tenía Don Juan, los colmenares. Tenía cuatro, o cuatro supo tener. O al fin no supo tenerlas porque ya no las tiene, pero las tuvo y que las tuvo, las tuvo.

Las había comprado en la feria mayor. Y dónde quedaba la feria? Ni idea. Y había una feria menor? Sólo se conocía la mayor. “Así estaban las tonalidades” decía Tono el amigo de Guadaña y compinche del Juan y la Aída, hijos de Blanca Lamanca Salamanca.

Cierto día vino Bongo contratado por don Juan para que le de vuelta tierra y estaba dale que dale pala, pico, rastrillo, cada vez transpirando más y más fuerte, de repente las abejas se ensañaron con Bongo.

Quedaron tres colmenas.

En otra oportunidad, apareció Borongo para cosechar las naranjas del naranjo amargo del jardín del fondo de la casa amarilla de don Juan, ya que éste a causa de su abdomen no podía trepar en él. En el árbol.

Borongo no era sujeto ni individuo afecto a la higiene. El no era clean-frendly. Su aroma corporal era tan pero tan fuerte que las abejas no tardaron en venirse como al humo y a toda velocidad contra su humanidad. Un castigo divino por donde se lo mire.

Ahí quedaron dos colmenas.

Y ya van dos amigos menos para don Juan.

Después de esto, un oso hormiguero desorientado y poco experimentado confundió la colmena número dos como un hormiguero, metió la lengua…


Si pensás que queda una sola colmena, estás en lo cierto.

A la colmena número uno don Juan la agarró a palazos con el garrote del mortero de Narciso Epifaneo Gorilla Gorilla que en paz descanse, el Día de los enamorados en que se pelearon él y “la otra” como solía referirse a su mujer.

No hay más colmenas, no hay abejas, no hay miel.

Y ahí va pasando Manolo cara de mono como se lo conoce al hijo no declarado de la Vieja Tonga, es medio rarito, le dieron para que lleve en una mano la bandera del arcoiris y en la otra un cartel con la foto del Che Guevara, le regalaron una soutien con encaje y un lápiz labial rojo, y se va corriendo a una manifestación en un pueblo vecino donde podrá comer un choripán, tomarse una cerveza y militar por la causa.


La soutien y el lápiz labial; bueno ahora la Vieja Tonga tienes unos labios…!!.

Coproducción:
Gibbon Sinja Bone
Wilson El Aceitoso