martes, 22 de noviembre de 2016

La reina sin colmena

- “¿Te llevo los “útiles”?”
Inútil pregunta de un púber enamorado a la salida del colegio donado por Roger Balet.
Ella, blanca, esbelta delgadez sigue, incólume, impertérrita e indiferente, su rutina trazada anticipada y obligatoriamente en dirección a la Estación Norte.

La escuela queda en silencio, su campana de bronce quieta, los árboles tiritando solitarios y el patio aguardando el remolino de voces que llegaría al otro día bajo la atenta mirada de la maestra de turno, Griselda Colombo.

Enfrente, pasajeros de urgencia, viajeros amodorrados, bajan o suben según sea el caso a y de los ómnibus y el mural de Quinquela los corona.

Los perros echados en la sombra, algún lustrabotas ofreciendo sus servicios y el diariero que corriendo como un endemoniado vocea el nombre de su diario en venta por la calle Pellegrini.



5 AÑOS DESPUES

Ella reina. Desde la carroza en primavera saluda agitando su mano derecha con delicadeza. Algunos aplausos en la calle frente a la Plaza con el monumento al General San Martín en la Fiesta del Estudiante.

El locutor menciona su nombre y apellido, sus princesas, el nombre de la carroza, y el jurado toma nota.

Es setiembre. Hay perfume de azaleas y de nardos. Se envuelven en el aire con el aroma de los azahares mientras la música llena todo el centro de la ciudad.

Que alguien me contradiga si se anima, si esto no es un marco ideal para enamorarse.

No tiene novio o no se le conoce, pero el chico gentil la ve cada vez más lejos. Ahora la sueña y no se anima siquiera a saludarla. El podría cantar la tonta canción de "Los Linces" que dice "la amo y no la puedo conquistar".

El es rico y no lo sabe, le dicen "pobre". Tiene un sólo pulover, y caspa.

Ella "tiene plata" pero sabemos que de clase media no pasa.

Van al mismo curso en la secundaria, pero no tienen comunicación.

Ahora es reina y está bien formada, no por casualidad sus compañeros la eligieron Reina del Colegio. Nada le sobra, nada le falta y además sonríe.

No hay fotos, no es como hoy. Si hay alguna imagen en cualquier blog de estudiantes que ahora son abuelos, es difusa, borrosa y dolorosa.


30 AÑOS DESPUES ANTES DE LOS 5 DESPUES

Ella. Blanca, esbelta, cuidada figura e imagen del extremo afán hedonista y fruto logrado. Nada parece haber caído aún. No hay ojeras, tiene una sonrisa en el encuentro inesperado. No hay flores ni citas para una cena, ambos están casados y cazados.

Hay un tercero, como un fantasma, vigilando por si acaso...

No vivió para dar como todos o casi todos, o la mayoría, damos.
Su compañero, un sesentón privilegiado, pareja a último momento aterrizado.

Su belleza (la de ella) intacta.

Detrás de la ventanilla cobra, está casi todo el día de pie.
Y cobra, a veces sonríe, responde automáticamente, sella, corta, guarda, saluda.
Sus compañeras de la oficina la envidian.

A las 13 saldrá colocándose sus anteojos oscuros, con su cartera del brazo colgando, en pétrea dignidad como una veterana actriz de Cannes que quiere que la miren pero a la vez pasar desapercibida.

Un sombrero en su cabeza, un andar de pasarela mediática.

Sigue la rutina camino a su departamento cerca del Club Hípico. No tiene Facebook ni Twitter, ni correo electrónico ni nada que se le parezca.


Y sigue siendo una reina, pero no tiene colmena.

Gibbon Sinja Bone

Dedicado a todas las que hacen de su cuerpo un culto.

martes, 8 de noviembre de 2016

El elegido

Rupelinda Amoroso escribió con su áspero dedo índice en su cuenta de la red social de cara al libro, “te amo Inodoro, vos sos mi erección”, en el muro del aludido.

Es que unas horas antes, habiendo compartido ambos dos una sola mesa y dos copas llenas de fernet, Inodoro Rupallán la había conminado a abandonar toda indolencia respecto a él y a elegirlo como compañero para toda la vida.

Rupelinda que linda no es pero tiene unas despampanantes curvas y se cree es lo que atrae a los hombres incautos, se encontraba ante una encrucijada.

Diariamente recibía mensajes envolventes, atrapantes, seductores si se quiere, de su amigo Victoriano el ecuatoriano, o como le dicen también “el negro”, oriundo de Venezuela, en los límites sofocantes del Amazonas, cerca del río Orinoco, en el extremo más sureño de su país caribeño, a pocas leguas de la línea del Ecuador.

“Orinoco” le decían a él en su infancia lejana, por razones obvias en su incontinencia postergada, y a su mamá no tan ocupada, pero siempre corriendo en todos los sentidos cardinales, la que lo destetara abruptamente para ir a zambullirse en los brazos de un nuevo amorío.

Victoriano y Rupelinda también habían chateado face to face en la misma mesa que fuera testigo de madera de la conversación con Rupallán el ara-gan, (oriundo de Gan Gan, y ciertamente haragán), que ara si tiene ganas y como ganas nunca tiene, nada ara. Sin embargo, siempre está presto para sumarse a las hordas que amenazan con recuperar territorios que nunca tuvieron ni les pertenecieron.

En su incontinencia digital Rupelinda eyaculó su frase que así luego del sonoro “enter” fuera disparada hacia los confines de fibra óptica y estaba lista para ser leída por su destinatario.

Inodoro, sentado en él, en el taburete de madera de nogal que le regalara su abuelo Sinforoso Euclídeo Maistoideo, mirando la pantalla de la tablet de su hijo, leyó en su muro “vos sos mi erección”.

Calentóse al punto tal de creerse motivo de la producción masiva de endorfinas en el cerebro de su amiga, creyóse el provocador serial de liberación de oxitocina, serotonina y  dopamina y todo ese estallido de válvulas en el cerebro en situaciones como ésta.

Comenzó, apurado a escribirle:
IR: “Estoy esitado de ser tu erección”. En el chateo clitoideo ella le responde:
RA: “Sos miel…”
IR: O, soy dulse para boz…
RA: ”sos mielección, te elegí a vos”.
IR; Ah, yo soy  el ejido.
RA: “No sos el ejido, sos el elegido, el que yo elegí”,
IR: pero te esito o no te exsito?
RA: “Yo quise poner “elección” y me equivoqué al tipear”.


IR: Pensaba que te hesitaba
RA: “no sabía que estabas tan indeciso”
IR: Yo estoy decidido
RA: Entonces basta de hesitar
IR: Ah, no te esito? Qué mal!
RA: Fijate cómo tipeás, Inodoro
IR: Yo no ando kon tipos (ya enojándose) me parece que bos tenes ke dejar de tipear
RA: Qué, no querés que te escriba más?
IR: No, ke dejes de tipear de una, ke ya lo sospechava yo, no hay lugar pa más d 1 tipo aca.
RA: Pero qué te pasa, si se puede saber?
Si yo te rujeiri (escribe apuradísima y nerviosa y le da enter)
IR: Si me estas rugiendo y eto ya Nome gusta nada. Al final si vas a tipear, que sea konmijo, no con otro, basta de tipear.

RA: Bueno, vos lo pediste Inodoro.

Luego de unos segundos que le parecieron muy breves a Inodoro, y es que como tales eran lo que de ellos se decía, nunca primeros, siempre segundos, a él le pasaba lo mismo.

Sospechaba, sentíase “segundo”, elegido pero “segundo”. "Qué elección, ni erección, ni eyección, ni nada. Segundo y breve. Dopamina para la mina Cero Tonina para mí."

Entre tantos tipos que había, Rupelinda lo miró pero él no supo o no pudo o no alcanzaba a entender que se le iba a escurrir como el agua entre los dedos si no actuaba con premura.

La pantalla se puso azul y se borraron todas las letras, íconos, publicidades. La última decía con la imagen de una rubia sonriente: “Sé feliz, ven a Cancún”.

Al punto llegó su hijo a reclamarle la tablet para –supuestamente- buscar algo de las pirámides mayas.

- “Que te vas a poner la maya y te vas a ir a tirar al río justo cuando tenés que ir a la escuelaaaa y querés que vaya a mirarte?

- No, papá, necesito la tablet para buscar sobre las pirámides mayas; le respondió su hijo Jonny Rupallán. Ofuscado su padre, confundido, obnubilado y a punto de revolear algún objeto por el aire, entendía cualquier cosa.

Salió a la vereda porque si salía a la calle lo podrían atropellar, entonces a la vereda nomás que decirle vereda demasiado es a ese camino irregular con peligrosos desniveles, aquí barro, allá una baldosa, por acá un par de ladrillos, algunas partes de cemento…

Hesitando sin excitar, la duda lo abrumaba y no tenía a dónde "salir" ni con quién "salir", ni una mascota para pavear entre los canteros de las avenidas de su pueblo Orny Torrinco.

Con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, mirando bien el piso, pateando piedras, pateando cuanto objeto haya por delante camina trastabillando Inodoro Rupallán.

Por la otra calle, la que él no ve porque está del otro lado de la alameda, de la mano van Victoriano el ecuatoriano y Rupelinda Amoroso.


Al final de tanto tipeo, el tipo de otros ejidos resultó el elegido.

                                                                                                                        Wilson el Aceitoso