Rupelinda Amoroso escribió con su áspero dedo índice en su cuenta
de la red social de cara al libro, “te amo Inodoro, vos sos mi erección”, en el
muro del aludido.
Es que unas horas antes, habiendo
compartido ambos dos una sola mesa y dos copas llenas de fernet, Inodoro Rupallán la había conminado a
abandonar toda indolencia respecto a él y a elegirlo como compañero para toda
la vida.
Rupelinda que linda no es pero
tiene unas despampanantes curvas y se cree es lo que atrae a los hombres incautos,
se encontraba ante una encrucijada.
Diariamente recibía mensajes
envolventes, atrapantes, seductores si se quiere, de su amigo Victoriano el ecuatoriano, o como le
dicen también “el negro”, oriundo de Venezuela, en los límites sofocantes del Amazonas,
cerca del río Orinoco, en el extremo más sureño de su país caribeño, a pocas
leguas de la línea del Ecuador.
“Orinoco” le decían a él en su
infancia lejana, por razones obvias en su incontinencia postergada, y a su mamá
no tan ocupada, pero siempre corriendo en todos los sentidos cardinales, la que
lo destetara abruptamente para ir a zambullirse en los brazos de un nuevo
amorío.
Victoriano y Rupelinda también
habían chateado face to face en la misma mesa que fuera testigo de madera de la
conversación con Rupallán el ara-gan, (oriundo de Gan Gan, y ciertamente
haragán), que ara si tiene ganas y como ganas nunca tiene, nada ara. Sin
embargo, siempre está presto para sumarse a las hordas que amenazan con
recuperar territorios que nunca tuvieron ni les pertenecieron.
En su incontinencia digital
Rupelinda eyaculó su frase que así luego del sonoro “enter” fuera disparada
hacia los confines de fibra óptica y estaba lista para ser leída por su
destinatario.
Inodoro, sentado en él, en el
taburete de madera de nogal que le regalara su abuelo Sinforoso Euclídeo
Maistoideo, mirando la pantalla de la tablet de su hijo, leyó en su muro “vos
sos mi erección”.
Calentóse al punto tal de creerse
motivo de la producción masiva de endorfinas en el cerebro de su amiga, creyóse
el provocador serial de liberación de oxitocina, serotonina y dopamina y todo ese estallido de válvulas en
el cerebro en situaciones como ésta.
Comenzó, apurado a escribirle:
IR: “Estoy esitado de ser tu
erección”. En el chateo clitoideo ella le responde:
RA: “Sos miel…”
IR: O, soy dulse para boz…
RA: ”sos mielección, te elegí a
vos”.
IR; Ah, yo soy el ejido.
RA: “No sos el ejido, sos el
elegido, el que yo elegí”,
IR: pero te esito o no te exsito?
RA: “Yo quise poner “elección” y
me equivoqué al tipear”.
IR: Pensaba
que te hesitaba
RA: “no sabía
que estabas tan indeciso”
IR: Yo estoy
decidido
RA: Entonces
basta de hesitar
IR: Ah, no te
esito? Qué mal!
RA: Fijate
cómo tipeás, Inodoro
IR: Yo no ando
kon tipos (ya enojándose) me parece que bos tenes ke dejar de tipear
RA: Qué, no
querés que te escriba más?
IR: No, ke
dejes de tipear de una, ke ya lo sospechava yo, no hay lugar pa más d 1 tipo
aca.
RA: Pero qué
te pasa, si se puede saber?
Si yo te
rujeiri (escribe apuradísima y nerviosa y le da enter)
IR: Si me
estas rugiendo y eto ya Nome gusta nada. Al final si vas a tipear, que sea
konmijo, no con otro, basta de tipear.
RA: Bueno, vos
lo pediste Inodoro.
Luego de unos
segundos que le parecieron muy breves a Inodoro, y es que como tales eran lo
que de ellos se decía, nunca primeros, siempre segundos, a él le pasaba lo
mismo.
Sospechaba,
sentíase “segundo”, elegido pero “segundo”. "Qué elección, ni erección, ni
eyección, ni nada. Segundo y breve. Dopamina para la mina Cero Tonina para mí."
Entre tantos
tipos que había, Rupelinda lo miró pero él no supo o no pudo o no alcanzaba a
entender que se le iba a escurrir como el agua entre los dedos si no actuaba con premura.
La pantalla se
puso azul y se borraron todas las letras, íconos, publicidades. La última decía
con la imagen de una rubia sonriente: “Sé feliz, ven a Cancún”.
Al punto llegó
su hijo a reclamarle la tablet para –supuestamente- buscar algo de las
pirámides mayas.
- “Que te vas
a poner la maya y te vas a ir a tirar al río justo cuando tenés que ir a la
escuelaaaa y querés que vaya a mirarte?
- No, papá,
necesito la tablet para buscar sobre las pirámides mayas; le respondió su hijo
Jonny Rupallán. Ofuscado su padre, confundido, obnubilado y a punto de revolear
algún objeto por el aire, entendía cualquier cosa.
Salió a la
vereda porque si salía a la calle lo podrían atropellar, entonces a la vereda
nomás que decirle vereda demasiado es a ese camino irregular con peligrosos
desniveles, aquí barro, allá una baldosa, por acá un par de ladrillos, algunas
partes de cemento…
Hesitando sin excitar, la duda lo abrumaba y no tenía a dónde "salir" ni con quién "salir", ni una mascota para pavear entre los canteros de las avenidas de su pueblo Orny Torrinco.
Con las manos
hundidas en los bolsillos del pantalón, mirando bien el piso, pateando piedras,
pateando cuanto objeto haya por delante camina trastabillando Inodoro Rupallán.
Por la otra
calle, la que él no ve porque está del otro lado de la alameda, de la mano van
Victoriano el ecuatoriano y Rupelinda Amoroso.
Al final de
tanto tipeo, el tipo de otros ejidos resultó el elegido.
Wilson el Aceitoso
Wilson el Aceitoso
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