Sucedió no hace mucho tiempo
entre las intrincadas y complicadas callejuelas de piedras talladas por
escultores obligados, aprisionados, presidiarios, peones de patio sin paga
alguna, en las que brillaban de noche las hogueras paupérrimas de zarcillos y de
ramas de quebracho blanco.
Iba pasando el vendedor de
naranjas llevando la carretilla con … naranjas. Con su voz gangosa decía algo
así como “nananjjas, nananjjas, badgratas
las nananjjas…” tratando de venderlas antes que se calentaran con la
temperatura ambiente.
Pero él no dejaba de calentarse
cuando pasaba frente al rancho de la Tetonisa, que en la vereda, sentada ella
en un sillón de juncos, le daba la teta a Tito y a Teto sus mellizos
bochornosos, regordetes y rollizos como Michelín.
Y se calentaba porque la Tetonisa
nunca le compraba naranjas, ni limones que bien los tenía (un limonero plantado
al fondo de la casa le daba limones dos veces al año), ni tampoco melones que
turgentes rocío de miel los tenía cuando era la época, en la chacra de su
vecino Amado Estentorio.
El vendedor, Aurelio Piedrabuena
apodado el Tifoso, vendía naranjas, vendía limones, vendía melones pero a él le
gustaban los de la Tetonisa, ya que ésta le convidaba cuando éste le pedía lo
convenido pues le ayudaba con la yegua de su hermana, llevándola de vez en
cuando a pastar.
Su hermana, la Ana, pero que
usualmente decían “Lana”, o “Lanita” y pocas veces recordaban su segundo
nombre: Susana. Por lo cual quedaba “Lanasusana”, y los chicos le hacían
canciones a las risotadas limpias. La yegua estaba preñada y había que
alimentarla y cuidarla.
En su casa criaban chanchos (en
la casa de Aurelio), como quien tiene un corral de gallinas, o una cierta
cantidad de perros, o conejos, con la distinción que los chanchos pululaban por
el patio, el patio era un chiquero, de barro nauseabundo pleno, donde más de
una docena de chanchos hacían todas sus chanchadas emitiendo sus chillidos,
ronquidos y demás.
El aroma penetrante del chiquero
de los Piedrabuena horadaba las fosas nasales vecinales y metíase sin
invitación previa en las casas atravesando paredes y ventanas y marcando la
ropa y todos los elementos con el tufo.
Don Pedro Piedrabuena Fuentealba
se había casado en terceras náuseas con doña Ramona del Zanjón Madre,
Robustiana Magilda Vaginácea Corpuscristi con quien había tenido cinco hijos:
-
Cirilo Mentoso
-
Tránsita Paulina
-
Aurelio Mojón
-
Margarito Pitasio
-
Orejón del Tarro (el último)
Pero del
matrimonio no registrado anterior, con doña Ermenegilda de las Conchas del
Bosque, quien había fallecido por sobredosis de mate, quedaron a su cuidado, o
cuidándose de él:
- Cástulo, Ausencio y Anastasia.
Y como si esto
fuera poco, del primer matrimonio (ese sí fue en iglesia y registrado ante el
Juez de Paz), le habían quedado algunas fotos en color sepia, un par de anillos
y la carta de despedida de su mujer Sinostrosa Epifania Núñez, la que antes de
colgarse de un algarrobo le dejara la misiva sobre la mugrosa mesa del comedor.
Y le quedaron dos hijos para ejercer su patria potestad:
-
Eustaquio y Eustaquia.
No obstante
todo ello, don Piedrabuena tenía buen corazón y adoptó dos hijas que un día
pasaron por la calle en una tórrida siesta de 45° a la intemperie, pidieron
agua, y después de tomársela toda se quedaron y nunca más se fueron.
Ellas son
Pancracia y Tiburcia. Pancracia a su vez un día de siesta también calurosa,
aunque nunca había una siesta que no fuera calurosa, una siesta que enderepente se transformó, porque el
cielo quedó muy oscuro y las nubes espesas, comenzaron a sonar los truenos y a
caer rayos, vino la lluvia y el viento y todo duró como una hora.
Suficiente
para que en esa siesta donde no se podía ni hablar porque no se escuchaba,
Pancracia quedara embarazada de un amiguito y le trajo a los 9 meses el primer
nietito a don Pedro que ni lerdo ni perezoso le puso Próculo.
Toda esta
prole estaba al cuidado de don Pedro y vivían en la misma casa de 3 dormitorios
así que imagínese, imagínese qué difícil era la vida en esa casa. El menú
diario del mediodía era guiso.
Guiso de lentejas con carne de cerdo; guiso
de garbanzos con carne de cuis; guiso de poroto de soja con carne de iguana;
guiso de arroz con bagre; guiso de poroto negro con carne de bagú; guiso de
trigo burgo candeal con carne de oveja; y guiso de papa con carne de vaca, era
el menú de toda la semana.
Nadie podía
comer sin dar gracias, ninguno debía dejar algo en el plato salvo el cubierto,
pedir repetición era castigado y se comía a la noche si sobraba al mediodía.
Los chicos y chicas se turnaban para lavar los platos, cocinar, lavar la ropa,
en fin, todas las tareas y menesteres necesarios para que la cosa o la casa, funcionara.
Algunos iban a
la escuela de mañana, otros de tarde, pero ninguno debía dejar la escuela.
Cuando la
Pancracia quedó “embalsamada”, así decía don Pedro, no pudo ir a la escuela por
algunos meses, por eso repitió de grado, pero el que más faltaba a la escuela
era Ausencio. Con Aurelio Mojón el problema era su incontinencia a pesar de sus
6 años cumplidos, Cástulo era un buen líder y en general los hermanos se
llevaban bien.
Todo se pudrió
cuando don Pedro se enamoró de Erculiana Pérez, hija de don Pérculo Pérez y doña
Casta Juana, padres de Orelí y Lilí. Erculiana le cebaba mate de pomelo a don
Pedro y todos los gurises se ponían celosos porque con su padre la pasaban bien
y veían en Erculiana una competidora de su cariño.
Tanto ir y
venir Erculiana en su jardinera tirada por un brioso tordillo, que así también
don Pedro correspondía las visitas y se iba en su carro tirado por dos fuertes
y rebuznantes caballos hasta su casa distante 3 leguas por el camino del
Bermejo.
Tanto ir
decía, compadre, que decidieron juntarse para vivir juntos y para completar la
familia. Pero Erculiana trajo un regalo de su vida de soltera: Pedrito el
negrito, que sumó a la prole y no desentonaba entre los otros negritos.
Pedrito el hijo de Erculiana |
Se casaron
porque a la larga o a la corta los hijos tuvieron que aceptar la decisión
paterna. Para el casamiento vinieron invitados las hermanas de Erculiana: Orelí
y Lilí con sus novios Igor e Ibor, sus padres Pérculo y Casta, estaban todos
los hijos por supuesto, el pastor del barrio don Sabino Sánchez, -indio toba-,
su esposa la Ceñuda, don Gil el de la guadaña, el Becho, el Tono, la Julia y la
Juliana, el Chano y Moyano su hermano, doña Nenda que le daba la teta a su hijo
de 10 años y el Raulito que tenía la misma edad y andaba con chupete por la
calle.
Vinieron
invitados además, Jacinto el panadero, la Yoya Crecensi, la Indulgencia
Amonestada con su hija, la Russo y la Buffarini. Colados vinieron Sappo Aullador,
la Gringa, Quico y el Nehio, la Danya y la Sala, pero pudieron comer.
Comer,
comieron hasta hartarse. Bailaron zambas, cumbias y chamamés que tocaba la
orquesta el “Trío los Violadores” conformado por Hipócrito, (acordeón y
gárgaras), Agapita (guitarra y voz aulladora) y Sopapita, (bombo, matraca y lo
que venga), los que más chupaban en toda la fiesta.
El menú era
menú fijo porque no había otra cosa: lechón asado a la parrilla con ensalada de
berro. Pan a la barra y vino suelto. Para los chicos jugos de polvito.
Y así
conformaron una gran familia compuesta por don Pedro y Erculiana su esposa en
cuartas náuseas. Sus hijos:
-
Cirilo Mentoso; Tránsita Paulina; Aurelio Mojón;
Margarito Pitasio; Cástulo; Ausencio; Anastasia; Eustaquio y Eustaquia, Pancracia; Tiburcia, Pedrito y
Orejón del Tarro, (el último para cerrar la lista). El nieto: Próculo que
estaba por tener un hermanito y se iba a llamar Astesiano.
Se supo por una
investigación de último momento de El Tiano, que Erculiana estaba embalsamada
de trillizos y les iba a poner. Trimarco, Tetaedro y Tétaro, en ese orden según
vayan saliendo.
Gibbon Sinja Bone
Colaboraron El Tiano, La Tiana, Los Sanitos, Wilson el Aceitoso y la Sana.