miércoles, 2 de marzo de 2016

Hubiera querido ser


Doña Filomena de las Nieves del Canto Rodado Tiznado, de aquí en adelante “doña Filomena”; riega el pasto del jardín en el patio florido de su casa, pero en verdad ella hubiera preferido estar sentada en el sillón de caña colihue tallada y adornada con un caminito de los Valles, en sus mullidos almohadones, frente al televisor, haciendo zapping con todos los programas de chimentos de la farándula en la tórrida tarde que se padece o se disfruta según sea el caso, en un día de esos de finales o de principio de año.

Hoy no es día de laburo.

El olor a la grasa de cerdo caliente ella lo tiene fijado en sus fosas nasales.

Con sus 57 años, 7 meses y 7 días de vida, doña Filomena tiene miles de docenas en su haber. El pueblo de Villarica si es que alguna vez lo fue, o sea, si alguna vez fue pueblo como así también si alguna vez fue un pueblo rico, suposiciones que permanecen incrustadas en forma de interrogante en la memoria colectiva, enclavado en el suroeste de una ignota provincia argentina, la ve caminar todas las tardes en alpargatas, bajo los rayos solares, (los UV y de los otros), dirigiendo su humanidad a la costa del río.

No quiere decir que todo el pueblo sale a la calle a la hora en que ella hace ese trayecto, es una manera de decir.

En la costa del río (y adentro de él también), casi todos saben saborear los pasteles fritos de dulce de membrillo que ahí mismo ella amasa, estira, corta, arma y cocina en su puesto móvil “La Virgencita”.
Por la tarde el río se llena de familias y a la hora del mate o del tereré, los pastelitos son algo inevitable.
Pero hoy no es día de laburo por eso nadie descansa.

Se cuenta de un anciano no tan geronte pero siempre nadando contra la corriente, que quiso evitar el mate con pasteles y lo evitó no más.

Siempre hay alguien que hace lo que no hace el resto, o es el resto que no hace lo que hacen los que hacen lo que el otro no hace.

Son algo así como una docena de chicos y chicas de doce a catorce años, que con sus canastos de mimbre repletos de pasteles recorren en ojotas, (o descalzos); (o en zapatillas) o de la forma que se les antoje, la ribera ofreciendo los pasteles almibarados de doña Filomena.

El almíbar se hace con agua y azúcar y doña Filomena lo saboriza con cáscaras de naranja o de limón aunque ninguno de ustedes me lo preguntó ahora que lo pienso.

Sumerge los pasteles una vez cocinados, en una olla con almíbar y luego los adorna con grageas o coco rallado, o chocolate rallado (en este caso tiene que esperar que se enfríen), y pensé que me lo habían preguntado.

Doña Filomena de joven había querido ser contadora, fue a la Universidad donde se recibió de Contadora Pública Nacional y estuvo a punto de desempeñarse como tal en un famoso estudio del Contador Néstor Bui3 y Asociados.

Pero el día de su graduación su esposo la dejó, la dejó viuda. Se murió de repente y entonces lo enterraron en el cementerio, aunque parezca obvio, no a todos los muertos los entierran, a  algunos los creman que es una manera elegante de no decir que los queman.

Así que la pensión de su marido no alcanzaba para cubrir los ingresos y poder hacer záping de por vida, y aunque hubiera querido ser contadora en un estudio contable, tuvo que ser contadora… de pasteles…

Doña Filomena vivía en un barrio de quintas lo que equivaldría a vivir en esta década perdida en el tiempo, en los suburbios, ella deseaba vivir en un country, eso hubiera querido, pero no pudo, entonces vive en el barrio “Los alpargatas” que está a pocas cuadras del río, un barrio de la humilde costanera villaricense.
No sé si reír o llorar, pero no me importa. Sé toda esta historia porque no sé nada y como no sé nada soy inteligente y además el cuento sigue.

Doña Filomena hubiera querido casarse y tuvo la oportunidad de volver a hacerlo luego de un baile del dos por cuatro, (pagabas dos, te daban cuatro) en una noche de copas, el candidato se esfumó como el humo de su cigarrillo, y nunca más volvió a olerlo…  ni a verlo.

En ese entonces el gobierno puso en marcha un plan de jefas de barrio y en el suyo había tres candidatas para el cargo remunerado: Juanita Chávez de la Ostia, Gloria Putin y Filomena de las Nieves del Canto Rodado Tiznado.

La elección barrial se llevó a cabo en un día lluvioso y zapatillas embarradas. Filomena perdió por un voto y medio. Y medio porque el señor que votó ese día tuvo una hemiplejía, por lo cual su voto no se contó como entero sino medio voto, fue lo que decidió la junta del barrio Las Alpargatas, de Villarrica, que queda cerca de Ascochinga, a un tiro de piedra de Quemú-Quemú, que está a ciento noventa y nueve kilómetros de Toro Quemado.

Don Felidoro esa semana se contagió de gripe, pero solamente le tomó medio cuerpo… por la hemiplejía. Este anciano es el mismo que se privó del mate con pasteles y lo reemplazaba por cerveza tibia bajo los punzantes rayos solares. Una cerveza privada.

Para ahogar otra pena, en este caso no alcanzaba la lluvia, así que doña pasó a una panadería buscando pasteles, pero pasteles no había, la panadera le respondía escupiendo las palabras y abriendo grandes los ojos de tal forma que parecían dos huevos blancos hervidos.

Ese día se le ocurrió hacer pasteles para vender.

Doña Filomena lamentando lo que pudo ser



Los primeros pasteles que cocinó fueron enviados a Palestina, para la intifada, en tiempos de Arafat.
Los perfeccionó luego de muchos litros y litros de grasa y kilos y kilos de harina, y desde ese día tuvo éxito con los pasteles.

Su nieto, Olidoro Fuertes Nausea Bundos es uno de los niños que venden pasteles en el río, aunque él hubiera querido ser futbolista pero no llegó ni a alcanzapelotas, porque nunca fue a la cancha aunque hubiera querido y nunca jugó al fútbol aunque hubiera deseado.

Está la linda del pueblo que toma tereré con unas amigas a la sombra del monumento que homenajea a los pasteliteros.

El emprendimiento de doña Filomena, aquella señora que se recibió de Contadora pero se gana la vida vendiendo pastelitos en la costa del río Algarrobo Rojo, en Villarica donde viven muchos pobres y que se ubica cerca de Almohada del Perro y a cien kilómetros del cruce a Paso de las Pulgas, cerca de Quemú-Quemú.


Wilson el Aceitoso

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